Sobre el trastorno bipolar y José Arcadio Buendía
José Arcadio Buendía era un hombre inteligente, práctico, con sentido común y capacidad de liderazgo. Sin embargo, a medida que avanza la trama su sentido de realidad y de lo útil va siendo reemplazado por la búsqueda de lo imposible y por el contacto exclusivo con lo imaginario.
Respecto a sus características innatas podemos citar literalmente: “Al principio, José Arcadio Buendía era una especie de patriarca juvenil, que daba instrucciones para la siembra y consejos para la crianza de niños y animales, y colaboraba con todos, aun en el trabajo físico, para la buena marcha de la comunidad. Puesto que su casa fue desde el primer momento la mejor de la aldea, las otras fueron arregladas a su imagen y semejanza”.
Sin embargo, cada contacto con las maravillas traídas a Macondo por los gitanos traía como consecuencia cambios en su comportamiento.
Cuando conoció el imán, “José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aun más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra”. “Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrar la casa”, afirmó a su mujer. “Durante varios meses se empeñó en demostrar el acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades”.
Desde este momento pueden apreciarse claramente dos síntomas: ideas de grandiosidad y aumento de la actividad dirigida a metas. Estos hallazgos se apartan claramente de la conducta habitual en José Arcadio Buendía; de hombre creativo, emprendedor y líder de la aldea, pasa a preocuparse exclusivamente por una empresa delirante.
El segundo episodio de enfermedad se presenta cuando José Arcadio Buendía conoce el catalejo y la lupa. José Arcadio Buendía le devuelve al gitano Melquíades los imanes y le añade tres piezas de oro colonial de la herencia de su mujer, Úrsula Iguarán, a cambio de una lupa, tras lo cual
“…concibió la idea de utilizar aquel invento como un arma de guerra…”; “…entregado por entero a sus experimentos tácticos con la abnegación de un científico y aun a riesgo de su propia vida. Tratando de demostrar los efectos de la lupa en la tropa enemiga, se expuso él mismo a la concentración de los rayos solares y sufrió quemaduras que se convirtieron en úlceras y tardaron mucho tiempo en sanar. Ante las protestas de su mujer, alarmada por tan peligrosa inventiva, estuvo a punto de incendiar la casa. Pasaba largas horas en su cuarto, haciendo cálculos sobre las posibilidades estratégicas de su arma novedosa, hasta que logró componer un manual de una asombrosa claridad didáctica y un poder de convicción irresistible. Lo envió a las autoridades acompañado de numerosos testimonios sobre sus experiencias y de varios pliegos de dibujos explicativos…”.
Nuevamente es evidente en la descripción el aumento de la actividad intencional, acompañada de planes delirantes. La capacidad de convicción está basada, por supuesto, en su inteligencia natural, pero también en el aumento de la autoestima y de la producción de ideas que se dan en los estados de aumento del estado de ánimo.
A continuación, José Arcadio Buendía recibe de Melquíades unos mapas portugueses y varios instrumentos de navegación, lo que desata una nueva crisis, aunque no hay una clara evidencia de que realmente hubiera salido de la anterior.
“José Arcadio Buendía pasó los largos meses de lluvia encerrado en un cuartito que construyó en el fondo de la casa para que nadie perturbara sus experimentos. Habiendo abandonado por completo las obligaciones domésticas, permaneció noches enteras en el patio vigilando el curso de los astros, y estuvo a punto de contraer una insolación por tratar de establecer un método exacto para encontrar el mediodía. Cuando se hizo experto en el uso y manejo de sus instrumentos, tuvo una noción del espacio que le permitió navegar por mares incógnitos, visitar territorios deshabitados y trabar relación con seres espléndidos, sin necesidad de abandonar su gabinete. Fue ésa la época en que adquirió el hábito de hablar a solas, paseándose por la casa sin hacer caso de nadie…”. “De pronto, sin ningún anuncio, su actividad febril se interrumpió y fue sustituida por una especie de fascinación. Estuvo varios días como hechizado, repitiéndose a sí mismo en voz baja un sartal de asombrosas conjeturas, sin dar crédito a su propio entendimiento”.
En estas descripciones el autor nos habla, además de hacer referencia otros síntomas, de una prolongada vigilia, lo que en términos psicopatológicos se conoce como disminución de la necesidad de dormir. A diferencia de lo que ocurre en los estados de insomnio, en los cuales el enfermo desea conciliar o mantener el sueño y sufre el agotamiento producto de la ausencia de descanso, en los estados de disminución de la necesidad de dormir la persona afectada se restablece con muy pocas horas de sueño, como su nombre lo indica, y puede pasarse días enteros sin que la falta de reposo afecte su actividad motora o el empeño depositado en el logro de sus metas. Así mismo, se advierten en José Arcadio Buendía delirios, alucinaciones visuales y auditivas complejas, soliloquios (hablar solo), aumento evidente de la actividad intencional, y descuido de sus obligaciones laborales y familiares. Finalmente, su descubrimiento acerca de la redondez de la tierra resultó acertado, lo cual no aleja que el proceso por el cual llegó a su lúcida conclusión lo haya apartado de su funcionamiento normal.
Posteriormente José Arcadio Buendía recibe de Melquíades como regalo un laboratorio de alquimia y la revelación de fórmulas simples para doblar el oro. La ideación fija dirigida hacia este objetivo orientó inquebrantablemente su voluntad durante varias semanas, con la nefasta consecuencia de que el único resultado fue el de haber acabado con la herencia de su mujer. Sin embargo,
“Úrsula cedió, como ocurría siempre, ante la inquebrantable obstinación de su marido”.
De todas maneras, José Arcadio Buendía olvida este fracaso cuando queda deslumbrado con la dentadura postiza de Melquíades. “Aquello le pareció a la vez tan sencillo y prodigioso, que de la noche a la mañana perdió todo interés en las investigaciones de alquimia; sufrió una nueva crisis de mal humor, no volvió a comer en forma regular y se pasaba el día dando vueltas por la casa.
«En el mundo están ocurriendo cosas increíbles –le decía a Úrsula–. Ahí mismo, al otro lado del río, hay toda clase de aparatos mágicos, mientras nosotros seguimos viviendo como los burros.» Quienes lo conocían desde los tiempos de la fundación de Macondo, se asombraban de cuánto había cambiado bajo la influencia de Melquíades”.
Nuevamente son apreciables los síntomas anotados en párrafos anteriores. Sin embargo, aunque en todos los episodios de su enfermedad es evidente el incremento del estado de ánimo, en esta ocasión el cambio se presenta como irritabilidad.
La irritabilidad es un síntoma bastante frecuente e importante dentro de los trastornos del estado de ánimo. Se presenta tanto en los episodios depresivos como en los episodios de aumento del estado de ánimo.
Como se ha enfatizado, todos estos comportamientos son muy diferentes de lo habitual en el proceder de José Arcadio Buendía tal como se describe para la época en que fundó Macondo:
“José Arcadio Buendía, que era el hombre más emprendedor que se vería jamás en la aldea, había dispuesto de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna casa recibía más sol que otra a la hora del calor”. Sin embargo, “…aquel espíritu de iniciativa social desapareció en poco tiempo, arrastrado por la fiebre de los imanes, los cálculos astronómicos, los sueños de transmutación y las ansias de conocer las maravillas del mundo. De emprendedor y limpio, José Arcadio Buendía se convirtió en un hombre de aspecto holgazán, descuidado en el vestir, con una barba salvaje que Úrsula lograba cuadrar a duras penas con un cuchillo de cocina. No faltó quien lo considerara víctima de algún extraño sortilegio. Pero hasta los más convencidos de su locura abandonaron trabajo y familias para seguirlo, cuando se echó al hombro sus herramientas de desmontar, y pidió el concurso de todos para abrir una trocha que pusiera a Macondo en contacto con los grandes inventos”.
Repetidamente se muestra el indiscutible y progresivo cambio sufrido por José Arcadio Buendía a medida que su padecimiento avanza. La descripción que se hace del abandono de sus intereses y del detrimento de sus virtudes esenciales, así como el descuido en su presentación personal, son buena muestra del deterioro sufrido a causa de la enfermedad. Pero, aunque cause asombro, también es indicio de ésta su capacidad de convicción. En efecto, por lo general la persona en estado de manía contagia su estado de ánimo y es capaz de establecer empatía con quienes le rodean.
Sin embargo, hasta este momento la enfermedad no se ha manifestado en toda su gravedad. José Arcadio Buendía recibirá un regalo de Pietro Crespi, pretendiente de su hija Rebeca.
“José Arcadio Buendía consiguió por fin lo que buscaba: conectó a una bailarina de cuerda el mecanismo del reloj, y el juguete bailó sin interrupción al compás de su propia música durante tres días. Aquel hallazgo lo excitó mucho más que cualquiera de sus empresas descabelladas. No volvió a comer. No volvió a dormir. Sin la vigilancia y los cuidados de Úrsula se dejó arrastrar por su imaginación hacia un estado de delirio perpetuo del cual no se volvería a recuperar. Pasaba las noches dando vueltas en el cuarto, pensando en voz alta, buscando la manera de aplicar los principios del péndulo a las carretas de bueyes, a las rejas del arado, a todo la que fuera útil puesto en movimiento. Lo fatigó tanto la fiebre del insomnio, que una madrugada no pudo reconocer al anciano de cabeza blanca y ademanes inciertos que entró en su dormitorio. Era Prudencio Aguilar”.
Desde este momento José Arcadio Buendía perderá para siempre el sentido de realidad.
A los síntomas antes descritos se añaden una percepción y una interpretación delirantes de la realidad.
“José Arcadio Buendía conversó con Prudencio Aguilar hasta el amanecer. Pocas horas después, estragado por la vigilia, entró al taller de Aureliano y le preguntó: «¿Qué día es hoy?» Aureliano le contestó que era martes. «Eso mismo pensaba yo –dijo José Arcadio Buendía–. Pero de pronto me he dado cuenta de que sigue siendo lunes, como ayer. Mira el cielo, mira las paredes, mira las begonias. También hoy es lunes.» Acostumbrado a sus manías, Aureliano no le hizo caso. Al día siguiente, miércoles, José Arcadio Buendía volvió al taller. «Esto es un desastre –dijo–. Mira el aire, oye el zumbido del sol, igual que ayer y anteayer. También hoy es lunes.»
En este punto del relato se dejan apreciar elementos depresivos, como son la tristeza, las ideas de desesperanza y los sentimientos de soledad y de desamparo, todo enmarcado dentro de un contexto delirante:
“Esa noche, Pietro Crespi lo encontró en el corredor, llorando con el llantito sin gracia de los viejos, llorando por Prudencio Aguilar, por Melquíades, por los padres de Rebeca, por su papá y su mamá, por todos los que podía recordar y que entonces estaban solos en la muerte. Le regaló un oso de cuerda que caminaba en dos patas por un alambre, pero no consiguió distraerle de su obsesión. Le preguntó qué había pasado con el proyecto que le expuso días antes, sobre la posibilidad de construir una máquina de péndulo que le sirviera al hombre para volar, y él contestó que era imposible porque el péndulo podía levantar cualquier cosa en el aire, pero no podía levantarse a sí mismo. El jueves volvió a aparecer en el taller con un doloroso aspecto de tierra arrasada. «¡La máquina del tiempo se ha descompuesto –casi sollozó– y Úrsula y Amaranta tan lejos!» Aureliano lo reprendió coma a un niño y él adoptó un aire sumiso”.
Esta interpretación delirante de la realidad habría de desembocar en un cuadro bastante frecuente en los pacientes afectados de diversos trastornos mentales, la agitación psicomotora:
“… [José Arcadio Buendía] pasó seis horas examinando las cosas, tratando de encontrar una diferencia con el aspecto que tuvieron el día anterior, pendiente de descubrir en ellas algún cambio que revelara el transcurso del tiempo. Estuvo toda la noche en la cama con los ojos abiertos, llamando a Prudencio Aguilar, a Melquíades, a todos los muertos, para que fueran a compartir su desazón. Pero nadie acudió. El viernes, antes de que se levantara nadie, volvió a vigilar la apariencia de la naturaleza, hasta que no tuvo la menor duda de que seguía siendo lunes. Entonces agarró la tranca de una puerta y con la violencia salvaje de su fuerza descomunal destrozó hasta convertirlos en polvo los aparatos de alquimia, el gabinete de daguerrotipia, el taller de orfebrería, gritando como un endemoniado en un idioma altisonante y fluido, pero completamente incomprensible. Se disponía a terminar con el resto de la casa cuando Aureliano pidió ayuda a los vecinos. Se necesitaron diez hombres para tumbarlo, catorce para amarrarlo, veinte para arrastrarlo hasta el castaño del patio, donde la dejaron atado, ladrando en lengua extraña y echando espumarajos verdes por la boca” . A estas alturas el deterioro personal sufrido por José Arcadio Buendía a manos de la enfermedad ha alcanzado su máxima expresión:
“Cuando llegaron Úrsula y Amaranta todavía estaba atado de pies y manos al tronco del castaño, empapado de lluvia y en un estado de inocencia total. Le hablaron, y él las miró sin reconocerlas y les dijo algo incomprensible. Úrsula le soltó las muñecas y los tobillos, ulcerados por la presión de las sogas, y lo dejó amarrado solamente por la cintura. Más tarde le construyeron un cobertizo de palma para protegerlo del sol y la lluvia”.
En José Arcadio Buendía podemos apreciar claramente la instalación y evolución de una alteración grave del estado de ánimo, expresada en una persona hasta entonces inteligente, llena de simpatía y de habilidades sociales, y sin indicio alguno de perturbación mental. Su enfermedad progresa desde la hipomanía hasta la manía severa acompañada de síntomas psicóticos, y desemboca en un deterioro grave de sus facultades, hasta llegar a un estado de incapacidad para cuidar de sí mismo y de desconexión total con la realidad. “Úrsula lo atendía, le daba de comer, le llevaba noticias de Aureliano. Pero en realidad, la única persona con quien él podía tener contacto desde hacía mucho tiempo, era Prudencio Aguilar”. De otro lado, como se aprecia en el párrafo anterior, su inteligencia se conserva, pero carece de sentido práctico, arriesgada y paradójica afirmación.
El diagnóstico psiquiátrico más probable en José Arcadio Buendía es el de trastorno bipolar I
La característica fundamental de esta afección es la presencia de episodios de características maníacas o mixtas, los cuales en la mayoría de los pacientes suelen alternar con episodios de características depresivas. Entre los distintos episodios de enfermedad el paciente suele encontrarse en períodos de recuperación completa o parcial. A pesar de que el hallazgo predominante en los trastornos bipolares consiste en las alteraciones del estado de ánimo, los episodios de enfermedad, tanto maníacos como depresivos, suelen complicarse con síntomas psicóticos (alucinaciones y delirios) y motores (agitación, alteraciones de la motricidad voluntaria). Aunque el grado de recuperación interepisódica suele ser marcado en la mayoría de los pacientes, la progresión de la enfermedad suele asociarse a disminución de la duración del intervalo entre los episodios y a deterioro personal, social y ocupacional.
Los episodios maníacos se manifiestan principalmente a través de la presencia de los siguientes hallazgos clínicos: ánimo eufórico, irritabilidad, aumento de la autoestima (la cual puede llegar a expresarse a través de delirios de grandiosidad), disminución de la necesidad de dormir, locuacidad, aumento marcado en la producción de ideas, tendencia a distraerse fácilmente, aumento de la actividad intencionada, agitación psicomotora, e implicación excesiva en actividades placenteras con alto potencial para producir consecuencias graves.
Como se ha mencionado, en la historia clínica de José Arcadio Buendía lo predominante fueron los episodios maníacos, posteriormente complicados con síntomas psicóticos. Aunque al inicio de la enfermedad retornaba a su funcionamiento habitual una vez superado cada episodio, esta recuperación completa fue viéndose menoscabada con el paso de las crisis y de los años, hasta involucrarse en un estado de deterioro progresivo que terminó por aislarlo completamente de la realidad. No es extraño este desenlace si consideramos que José Arcadio Buendía nunca recibió tratamiento para su trastorno mental.
En síntesis, mediante la biografía de José Arcadio Buendía se muestra claramente la historia natural del trastorno bipolar I, incluyendo los síntomas, el curso y la evolución esperados en ausencia de tratamiento. Por supuesto, el hecho de no tratarse de una historia clínica formal hace que sea imposible demostrar con completa certeza cada uno de los criterios sustentados para llegar al diagnóstico. Sin embargo, es indudable que las narraciones son suficientemente descriptivas e ilustrativas como para servir de herramientas clínicas.
Tomando en cuenta lo expresado en los anteriores párrafos, se concluye que los síntomas observados en José Arcadio Buendía representan claramente la descripción clásica de un trastorno bipolar I, enfermedad consistente en la presentación de episodios maníacos que suelen alternar con crisis depresivas y con períodos de normalidad. Predominan en José Arcadio Buendía, sin embargo, los síntomas maníacos antes que los depresivos, y con frecuencia presenta también síntomas psicóticos; es decir, alucinaciones y delirios. Su enfermedad se inicia en la juventud, con síntomas maníacos, los cuales se complicarán con síntomas psicóticos congruentes con el estado de ánimo. Al principio la enfermedad sigue un curso episódico, con alternancia de períodos de anormalidad y de normalidad. Luego este curso se hace continuo y crónico, y desemboca en un estado de deterioro personal, social y laboral, hasta el extremo de dejarle incapacitado de por vida. Tal deterioro puede ocurrir en un porcentaje importante, hasta un tercio, de las personas afectadas por este trastorno. José Arcadio Buendía nunca se recuperaría. La muerte habría de hallarle a través de los cuartos infinitos por donde le guiaba Prudencio Aguilar, en completa desconexión con el mundo real.
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