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Cómo sé si padezco un trastorno mental

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Alex González Grau
Alex González Grau

Con frecuencia me preguntan cómo puede saber alguien si padece un trastorno mental o cómo puede saber si debe consultar a un profesional de la salud mental.

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En apariencia son preguntas sencillas que deben tener una respuesta igualmente sencilla. Sin embargo, no me atrevería a afirmar que así sea en efecto. Respecto a la primera pregunta, puedo responder que uno sabe que padece un trastorno mental si no se siente bien emocionalmente, si sus pensamientos son persistentemente negativos sin aparente justificación o si mediante su comportamiento es capaz de poner en peligro la propia integridad o la de otros.

Con relación a la segunda pregunta, puedo responder que uno debe consultar a un profesional de la salud mental si está sufriendo o hace sufrir a otros. Sin embargo, es evidente que estas respuestas son insatisfactorias. A pesar de que no es fácil responder de manera contundente, intentaré por lo menos dar una explicación satisfactoria que cubra ambos interrogantes.

Podría parecer evidente que uno debe sospechar que padece un trastorno mental y que, por ende, debe consultar a un especialista, si no se siente bien o está haciendo sentir mal a otros. En realidad, el asunto no es tan sencillo como parece. Debemos tener en cuenta que es difícil delimitar dónde termina lo funcional y donde empieza lo disfuncional. También es difícil saber si nuestro comportamiento es nocivo para los demás. Para complicar las cosas, no siempre es fácil que una persona acepte que no puede solucionar sus problemas por sí misma y que necesita la atención de un especialista. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que no existe una suficiente divulgación en materia de salud mental que le permita a la persona común tener un conocimiento acerca de cómo se manifiestan los trastornos psiquiátricos. Ni siquiera los más comunes. Sin embargo, lo mismo ocurre con las enfermedades en general. Se reconocen las enfermedades de manifestación aguda y ruidosa, sean leves o graves. Se reconocen un resfriado y un infarto, por ejemplo, pero buena parte de las enfermedades son silenciosas durante un buen tiempo de su evolución. La diabetes y la hipertensión arterial son buenos ejemplos. No podemos exigir que la población general conozca las manifestaciones de las enfermedades, sean psiquiátricas o no, pero podemos divulgar cuáles son las señales de que algo no anda bien dentro de uno.

Empecemos por la depresión, síndrome que afecta en algún momento de su vida a buena parte de la población. Las personas afectadas por la depresión suelen experimentar una serie de síntomas entre los que se incluyen ánimo triste, irritabilidad, dificultad para experimentar placer, cambios del sueño, cambios del apetito y del peso corporal, dificultad para concentrarse, dificultad para tomar decisiones (incluidas tanto las más elementales como las más trascendentes), cansancio, agotamiento, pérdida de energía, baja autoestima, ansiedad, ideas de culpa (generalmente por situaciones que no han ocurrido o no han sido tan graves como el paciente se acusa), ideas de desesperanza, ideas de desamparo, visión pesimista del futuro e ideas de muerte y de suicidio. Con mucha frecuencia la depresión se manifiesta mediante síntomas físicos que no dejan ver los síntomas psicológicos. No sólo con fatiga o cansancio se expresa la depresión. También suele producir síntomas tan diversos como dolores de cabeza (incluyendo migrañas), dolores de cuello, dolores de espalda, dolores generalizados, gastritis, cambios en el funcionamiento del sistema digestivo, alteraciones de la piel, tendencia a contraer enfermedades infecciosas, dificultad para controlar la presión arterial, palpitaciones, sensación de ahogo, fibromialgia y un largo etcétera.

De acuerdo con el párrafo anterior, notemos que la depresión puede manifestarse de muchas maneras, lo que causa confusión tanto para el paciente como para el clínico. Con mucha frecuencia los síntomas predominantes en un individuo deprimido son físicos, lo que se conoce como depresión enmascarada, ya que resulta difícil ver los síntomas clásicos de la depresión a través de las manifestaciones corporales.

Paradójicamente, las cosas se complican aún más si tenemos en cuenta que la mayor parte de las depresiones son leves o moderadas, lo que también dificulta identificar la enfermedad. Es creencia generalizada que está deprimido aquel que no puede levantarse de la cama o quien está al borde del suicidio. Una persona afectada por depresión puede creer que es “normal” haber perdido el ánimo o el interés por las cosas que antes disfrutaba. Puede, incluso, llegar a confundirlo con “madurez”. Son muchas las personas que se acostumbran a vivir aburridas, malgeniadas, cansadas, agotadas, presas de la rutina. O se acostumbran a no dormir bien, a no disfrutar la comida, a la pérdida del deseo sexual. Con frecuencia los cuadros depresivos se instalan paulatinamente, lo que hace que el afectado no se percate de los cambios que está sufriendo.

Las personas que padecen trastornos de ansiedad, los cuales son también muy frecuentes, sufren una serie de síntomas entre los que se incluyen preocupación constante, miedos injustificados o exagerados (incluso a morir, a padecer una enfermedad grave o a enloquecer), sensación de estar atrapado o de estar al borde de un ataque de nervios, tensión muscular, dolores múltiples, incapacidad para relajarse, percepción de estar frente a una situación abrumadora, palpitaciones, opresión torácica, sensación de ahogo, miedo a morir, mareos, vértigos, sudoración excesiva, calor, frío, diarrea, comezón, entumecimiento de partes del cuerpo, ardor o escozor inexplicables, necesidad de orinar a cada rato, boca seca, náuseas, vómitos e incapacidad para conciliar el sueño, entre otros hallazgos clínicos. Estos síntomas pueden presentarse constantemente o durante breves momentos.

El trastorno obsesivo-compulsivo se caracteriza por la presencia de obsesiones, compulsiones o ambas. Una obsesión es una idea, imagen o impulso que aflora a la conciencia en contra de la voluntad del sujeto, le produce angustia y le quita tiempo. Una compulsión es un comportamiento o un acto mental que el individuo se ve obligado a realizar en contra de su voluntad aunque lo considere absurdo, pero no puede dejar de hacerlo. Así, una persona que padezca trastorno obsesivo-compulsivo, por ejemplo, puede experimentar miedo a la contaminación, lo que lleva a la higiene excesiva tanto de ella como de su entorno. Otros casos de trastornos obsesivo-compulsivos pueden presentar dudas y chequeos constantes, pensamientos intrusivos desagradables (como miedo a hacerle daño a alguien), necesidad de que las cosas estén perfectamente organizadas o impulsos sexuales en contra de su voluntad.

Podemos sintetizar diciendo que, si usted está experimentando de manera sostenida los síntomas anotados en los párrafos anteriores o los está percibiendo en otra persona, esto es señal de que se necesita una valoración por un profesional de la salud mental.

Por otra parte, existe una serie de padecimientos en los cuales el sujeto rara vez se dará cuenta de que padece un problema. Entre estos se incluyen los trastornos psicóticos, las demencias y los trastornos de la personalidad.

En el caso de los trastornos psicóticos (como la esquizofrenia, entre otros), la persona afectada por delirios o alucinaciones (y por los demás síntomas que pueden acompañarlos, como el lenguaje desorganizado y el comportamiento desorganizado) tiene desviado el juicio de realidad y comprometida la capacidad de mirar en su interior y de diferenciar la realidad de la imaginación. Muchas veces escuchará voces que le hablan, tendrá visiones, experimentará la sensación de estar siendo perseguida, vigilada, traicionada o controlada; exhibirá un comportamiento errático, se tornará agresiva o agitada; su lenguaje podrá tornarse incomprensible y podrá llegar al completo descuido de sí misma. Salvo excepciones, esta persona no tiene conciencia de que está enferma. Se necesita que sus allegados la conduzcan a un servicio de urgencias.

A las personas afectadas por una demencia (trastorno neurocognitivo mayor) se les afectarán tarde o temprano diversas funciones como la memoria, la orientación en tiempo, espacio o persona; la atención, el lenguaje, la capacidad de planear el día a día, la capacidad de solucionar problemas y de aprender de la experiencia, la habilidad para realizar las tareas a las que estaban acostumbradas y la capacidad para cuidar de sí mismas, entre otros hallazgos clínicos. Estas personas sólo pueden ser capaces de notar los cambios que están sufriendo en las etapas iniciales de la enfermedad. En general, son sus familiares o allegados los responsables de buscarles atención.

Los trastornos de la personalidad son un verdadero reto, dado que el individuo no es consciente de que su forma de ser resulta inadecuada. Además, ejercen un efecto nocivo en quienes los rodean. Son rasgos sugestivos de un trastorno de la personalidad la desconfianza extrema, la tendencia a la soledad, la necesidad de llamar la atención, la necesidad de recibir un trato especial así no se tengan méritos, el irrespeto a los derechos de los demás, la inestabilidad en todas las áreas de la existencia, la impulsividad, la dependencia de los demás, el temor a relacionarse con otras personas, el orden excesivo, el perfeccionismo, la incapacidad para establecer relaciones constructivas, la excesiva dedicación al trabajo, la avaricia y la represión sexual, entre otros.

No quisiera terminar esta breve descripción de los síntomas que caracterizan los trastornos mentales más frecuentes sin mencionar las disfunciones sexuales. Son indicios de que se debe buscar un terapeuta la pérdida del deseo sexual, la incapacidad para excitarse, la ausencia o dificultad para alcanzar el orgasmo, la impotencia, la eyaculación precoz, el dolor durante el coito, la inhibición y la insatisfacción con las relaciones sexuales.

En una sola frase, las alteraciones del pensamiento, de las emociones y del comportamiento son indicadores de la necesidad de buscar asistencia profesional. Sin embargo, hay que saber cuáles son esas alteraciones y tener bien abiertos los sentidos para reconocerlas.

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